lunes, 13 de junio de 2011





Sábado, 4 de junio del 2011.

Atrás quedó el negro Roldán, Rosa, y algunos otros personajes un poco siniestros. Bariloche a nuestras espaldas, Esquel hacia abajo, y entre los dos las rutas 258 primero y la 40 después. A mitad de un camino lleno de lagunas de nubes, montañas flotantes y peligro de hielo está el Bolsón. Una comunidad en donde parece que todavía no llegó la masividad; no nos quedamos mucho más de unos escasos minutos, y después de unas empanadas que por arte de magia se transformaron en tarta de verduras, seguimos viaje.

Parecía que de un momento a otro una tormenta catastrófica nos alcanzaría, pero una vez más el clima se puso la camiseta del viaje. El cielo se despejó, el Sol iluminó y el cuenta-kilómetros empezó a hacer su trabajo.

Así que aquí estábamos una vez más los cuatro, yendo a un destino que todavía no estaba escrito. Fueron pasando los metros de a mil y Esquel cada vez más cerca, con la promesa de un corderito a las llamas. Qué decir del camino, simplemente perfecto, montañas hermanas de nuestra cordillera, pero más petisas y con algunos árboles, nubes jugando con el Sol a las escondidas y la sombra del Albóndiga sobre el costado de la ruta. Era uno más del paisaje, uno más de nosotros, es nuestra casa por esos largos tramos.


Seis de la tarde, empieza a aparecer Esquel, un pueblo estampado en la montaña, destinado a vivir lejos de la ciudad, con la condición de vivir siempre en el frio. Encontramos una linda cabañita que sería nuestro hogar por una noche y partimos a cumplir nuestra promesa.

Al primer lugar que entramos, algún despreocupado del frio nos quiso vender algo de grasa de primera, y después de unas idas y vueltas… una carnicería nos vetó de por vida. Fuimos a una segunda, de la que escapamos sin siquiera decir hola. La tercera fue la vencida, aunque maso; en vez de cordero tenían capón, la diferencia se siente al comerlo. La preparación fue lo más interesante…


Nota aparte: mientras nos disponíamos a preparar el capón, una lluvia de mensajes y llamadas empaparon nuestros celulares. El volcán Puyehue había hecho erupción. Bariloche estaba cubierto de cenizas! La suerte una vez más estuvo de nuestro lado, partimos al mediodía de San Carlos y a las cinco de la tarde el susodicho cerro explosivo decidió compartir su desdicha con todo lo que lo rodeaba. Estábamos bien, habíamos escapado a tiempo. Unos llamados nos confirmaron que nuestros nuevos amigos en Bariloche también estaban bien. A seguir con el capón…

La primera complicación, el pincho es muy corto; Que lo atemos a la parrilla; Que necesito alambre. El pobre capón terminó con un pincho atravesado, atado a la parrilla…y con alambre. Fuego prendido, costillas en su lugar, nubes también. Lluvia en Esquel, fría, mojada, molestando a nuestro asado de cordero. Parecía que el horno iba a tener que tomar la posta, pero con un pedazo de cartón y nylon que cubre el equipaje, el cordero estaba a salvo… y nosotros también.


Y así pasó el tiempo una vez más, nosotros tres frente el fuego, el albóndiga detrás nuestro, la lluvia haciendo su parte y el recuerdo de tantos asados y juntadas con amigos que tan grabados están en nuestros corazones. Y la idea de seguir bajando, seguir viajando, seguir buscando recuerdos para contar a nuestro regreso, un regreso que todavía no se escribió, una aventura que recién empieza.


Ha! Me olvidaba, el capón tiene más grasa que un basurero de una clínica de liposucción, pero igual salió muy rico, gracias a las manos mágicas de nuestro asador…

1 comentario: